
Nuestra selección de fútbol tiene una curiosa habilidad para sorprendernos. Cuando Bolivia juega despierta el optimismo entre los bolivianos y una fe un poco extraña. Extraña porque no está puesta precisamente en el equipo, sino en milagros y artificios de fuerzas extrañas, como la altura. Cuatro goles nos inflan el pecho patriota por unos días. No importa si fue por mérito propio o incompetencia ajena: la selección sorprende. No sucede lo mismo con los equipos de España o Italia, por ejemplo. El desempeño que tienen a lo largo del año y las victorias que consiguen, no solo son producto de una "buena racha". No nos olvidemos que detrás de todo el espectáculo deportivo hay mucha gente involucrada. Y no me refiero al inmenso negocio que crea el fútbol y el deporte en general. Estoy hablando de las personas a cargo de la formación de los deportistas: técnicos, entrenadores, psicólogos, preparadores físicos, médicos, etc. Un deportista, por más dotado y talentoso que sea, necesita de un largo trayecto de preparación, tanto física como mental. Ser un atleta no es solo correr 100 metros a toda velocidad; ni ser futbolista, patear una pelota y "jugar bonito".
El ambiente deportivo los enfrenta a diversas situaciones que deberán encarar con mucha madurez, responsabilidad y profesionalismo. Este proceso comienza en la niñez y depende mucho del compromiso de los entrenadores y de todo el equipo que los acompaña. Si bien se trata de una actividad competitiva, el reto para los profesores es de tomar el gran componente educativo que tiene el entrenamiento y las competencias y, de esta manera, lograr el crecimiento integral de los deportistas. Cuando ataquemos los problemas desde la raíz y empecemos a educar, entonces apostaremos por nuestras capacidades. Mientras tanto, continuarán sorprendiéndonos.
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
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