Cuando vamos a un gimnasio apenas nos preguntan por la edad, el peso y la talla y rara vez nos piden hablar de lo que queremos lograr, más allá de bajar de peso, aumentar la musculatura o marcar los músculos. Pero eso no es todo. Hasta el más novato de los entrenadores sabe, porque a lo mejor lo leyó en Google, que para “marcar” solo hace falta hacer muchas repeticiones de un ejercicio con poco peso y al revés los que buscan parecerse a Rambo. Lo normal es que a las mujeres las manden a la máquina de glúteos y a los hombres al press de pecho y ambos terminen en la soledad de todo ese aparataje, sin saber qué hacer, tratando de copiar lo que hace alguno de esos “fisicudos” que supuestamente se las saben todas. Si quiere mayor supervisión, pague un “personal trainner”.
Y así termina el primer mes: usted no ve ningún resultado, su instructor no le ha cambiado su rutina y todavía no aprendió a usar alguno de esos aparatos raros. La gran mayoría de los gimnasios se maneja de esa manera porque no cuentan con personal capacitado o porque si comienzan a hacer las cosas bien se termina el negocio.
En un gimnasio se corren muchos riesgos. Un ejercicio mal hecho puede terminar en dolores o lesiones y en el peor de los casos, si los instructores no cuentan con suficiente información, podría ser mortal. El ejercicio es salud, pero hay personas que han sufrido infartos en la cinta caminadora por falta de supervisión y seguimiento.
El problema radica en que, en los gimnasios somos tratados como clientes cuando sería mejor que también nos consideren sus estudiantes. De todas formas, como "cliente", moleste, pregunte, no sea tímido y exija que le enseñen.
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