Nuestro cuerpo está compuesto por un 65% de agua que se distribuye en el interior de las células y en la sangre. Gran porcentaje también se encuentra en el cerebro. Su importancia radica en que cumple un papel fundamental en los procesos metabólicos, tanto de transporte de sustancias como de su absorción y, por otro lado, en la filtración de los desechos en la sangre que realizan nuestros riñones, además de otras funciones vitales.
Nuestro cuerpo lucha constantemente para mantener un equilibrio entre las ganancias y pérdidas de agua, ya que perdemos líquido constantemente a través de la orina y la traspiración. Es por eso que se recomienda tomar aproximadamente dos litros de agua, (no jugos, no sodas, ni Gatorade) por día, mejor si es en estado fresco, ya que se absorbe más rápido que las bebidas muy frías o muy calientes. El problema es que no tenemos la costumbre de tomar agua a menos que tengamos sed y muchas veces recurrimos a los refrescos o gaseosas. Sin embargo, la sed no es más que un mecanismo de defensa del organismo ante la deshidratación. Perder un 10% de agua significa un alto riesgo para el cuerpo y la sed es señal de que ya hemos perdido un 5%.
No consumir agua puede acarrear desde dolores de cabeza y retención de líquidos, hasta graves consecuencias a nivel renal. Antes, durante y después del ejercicio la hidratación es importantísima e incluso actor clave del rendimiento, debido a la gran pérdida de agua que se da por la exigencia metabólica y la traspiración. No olvidemos que las frutas y las verduras aportan una buena cantidad de agua, por eso es fundamental incluirlas en nuestra alimentación.
Artículo publicado en el Diario EL SOL
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
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