Si algo está comprobado científicamente, habrá que creerle; todo lo demás resulta un comentario de pasillo. "Estudios indican…", "Los científicos descubrieron…", suelen ser las frases que más nos atrapan cuando leemos alguna revista o artículo en internet. El deporte no es un tema que escape a la ambición científica de dar respuestas definitivas a las inquietudes que tenemos. Y así es como se pasan meses en laboratorios tratando de encontrar el gen, la hormona o el vaya a saber qué partícula del organismo humano hace que un Messi sea el mejor futbolista o un jamaiquino sea el más veloz del planeta. Escuchamos también que existe un gen del talento deportivo, los biotipos perfectos o factores biológicos que hacen que los kenianos tengan éxito en las carreras de fondo y las ultramaratones. Desde este punto de vista, podríamos pensar que cuentan con una especie de ventaja y condiciones superiores para destacarse en ciertas disciplinas.
Sin embargo, creer que un gen, una enzima u hormona determine el éxito deportivo, sería ignorar que hay otros factores socioculturales, económicos y políticos que inciden directamente en las inclinaciones y decisiones que toma un ser humano. El deporte es una construcción social, no existe desde siempre. Maradona no tenía un gen que lo hizo uno de los mejores futbolistas de la historia, pero sí nació en un país donde el fútbol es casi una religión y era posible hablar de ir a un Mundial y ser campeón. Distinto sería si hubiese nacido en Estados Unidos; probablemente se hubiera inclinado más por el béisbol o el fútbol americano (básquet... lo dudo). Hay algo más allá de lo biológico que crea las posibilidades para que un Djokovic sueñe con ser el mejor tenista del mundo. Podemos tener un potencial para hacer algo, pero si no se entrena con constancia, no servirá de nada.
Artículo publicado en el Diario EL SOL
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
Artículo publicado en el Diario EL SOL
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
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