El cuerpo se ha convertido en uno de los objetos más preciados dentro de la sociedad de consumo. Para muchos resulta una marca de distinción y reconocimiento, al igual que una prenda de vestir, un auto o una gran mansión: el "cuerpo mercancía". De esta forma es que el mercado nos atrapa con productos y métodos para alcanzar el cuerpo bello, sin importar lo que tengamos que hacer para alcanzarlo.
Lo paradójico es que mientras que ponemos al cuerpo encima de un altar para rendirle culto, cada vez estamos más apartados de él; es decir, de lo que podemos hacer con nuestro físico. Es ni más ni menos que un accesorio de vestir que nos ponemos y nos sacamos tan solo para lucirlo.
El cuerpo humano estaba capacitado para caminar cientos de kilómetros al día, para ir en busca de alimentos en medio de la naturaleza. Ahora ya no somos capaces ni de subir tres pisos sin utilizar el ascensor o ir a pasear sin apelar al auto. Los niños ya no juegan con su cuerpo; este solo está postrado en un sofá mientras miran televisión. Los mayores pasan horas en el escritorio donde el cuerpo lo único que hace es sentarse en una silla sin hacer el mínimo esfuerzo. Entonces, ¿de qué sirve preocuparnos tanto por la belleza y estética del cuerpo si en nuestras actividades diarias lo tenemos olvidado, tirado y dormido?
Es necesario tomar conciencia de que el cuerpo no es un objeto más de consumo. Nuestro cuerpo nos hace presentes en el mundo. Es importante que lo cuidemos y le prestemos atención, pero no de una manera superficial. Una caminata al aire libre en el campo, salir a correr en las mañanas, jugar con sus hijos en el parque. Vivir con su cuerpo y lo que podemos hacer con él.
Artículo publicado en el Diario EL SOL
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia.
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